Menos de lo mismo

estrategias que no funcionan

Estrategias que no funcionan

Algunas veces queremos que alguien de nuestro entorno cambie su manera de comportarse y, para ello, utilizamos estrategias que, aunque a veces funcionan, habitualmente no nos ayudan a conseguir nuestros objetivos.

Incluso pueden intensificar la conducta que pretendemos cambiar.

Aún así, es frecuente que nos “enganchemos” a esas estrategias estériles y que las apliquemos más y más, como si el hecho de no funcionar se debiera a que no lo hubiéramos intentado con suficiente ahínco.

Es decir, seguimos la estrategia de “más de lo mismo”.

Veamos algunas de esas acciones ineficaces que, aunque estén motivadas por muy buenos deseos y tengan una “lógica” aplastante, suelen ser… ineficaces.

Dar consejos que nadie ha pedido

  • Recriminaciones (por supuesto, por el bien de la persona a la que recriminas)
  • Indirectas (en plan de “a ver si lo pilla”)
  • Alentar a que alguien cambie en la dirección que a ti te parece adecuada.
  • Suplicar  lastimeramente.
  • Recurrir al sentido común, como diciendo “Es tan evidente lo que te estoy diciendo que no sé cómo no lo ves”.
  • Escritos de expertos que apoyan tu punto de vista y que dejas, casualmente, pegados a la pantalla del televisor.
  • Hacerte el mártir del silencio. Haces saber con tu actitud que tendrías infinidad de cosas que decir pero que, por respeto, te las callas.
  • Castigar una y otra vez aumentando la dosis tratando de que el otro cambie su comportamiento.

Comportarte como si fueses la moral personificada

Se trata de que te coloques en una posición desde la que pontificas sobre cómo son las cosas o cómo deberían ser.

Mostrarás sin reparos que posees capacidades que te permiten acceder a un conocimiento superior.

Lógicamente, intentas ayudar a los que te rodean que no han sido agraciados con los dones que tú disfrutas tan abundantemente.

Dar más importancia a los demás que a ti mismo

  • Hacer de mediador veinticuatro horas al día.
  • Ser extremadamente cuidadoso para no molestar a los que te rodean.
  • Querer quedar bien con todo el mundo.
  • Justificarte sin fin.
  • Tú felicidad no es importante. Lo de tus seres queridos, sí.
  • Asumir que eres como el ángel de la guarda de las personas con las que tratas. Si se meten en líos es porque no has estado a la altura de tu misión protectora.
  • Detectar, casi antes de que ocurran, los pequeños cambios en los demás.

Exigir espontaneidad

En este caso te empeñarás en que alguien se comporte como tú quieres que lo haga, pero esperas que sea por su propio pie, es decir, que salga de él mismo.

Quieres que haga voluntariamente lo que le exiges. Como, por ejemplo, que te diga lo mucho que te quiere; o que te ayude por gusto a limpiar el baño; o que sea más erótico.

En resumen, le pides que sea diferente a como es.

Le pides que se comporte obedientemente, pero con la imposible exigencia de que sea espontáneo.

Lo más probable es que te encuentre con su enfado, resentimiento, distanciamiento y cosas por el estilo.

(Este artículo lo he escrito copiando casi al pie de la letra un fragmento del libro “Guía breve de terapia breve” de Cade y Hudson O’Hanlon. )

 

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