El silencio anhelado

Advertencia

Al que le produzca urticaria la metafísica o la mística le recomiendo que no lea las siguientes reflexiones si no quiere acabar en urgencias.

Ayuno intelectual

Nunca entenderé los misterios de la vida por el camino intelectual. Nunca lo entenderé de ninguna de las maneras en que lo intente, mejor me rindo.

Aspiro a ensanchar la cárcel en la que vivo y para eso debo acercarme al silencio, con sumo cuidado para que no se espante y se aleje de mí como la manzana de Tántalo (Tántalo fue invitado a los banquetes de los dioses en más de una ocasión cosa de la que presumió entre sus conocidos. Incluso tuvo la osadía de robar néctar y ambrosía para dárselo a probar a sus amigos y familiares, supongo que para poder presumir aún más de los contactos que tenía en la “alta sociedad”. Por estas y otras cosas bastante gore los dioses le condenaron a pasar hambre y sed eternamente estando rodeado de agua y fruta apetecible que se alejaban cuando él intentaba satisfacer sus necesidades. Es decir, tener la tentación y no poder satisfacer tus deseos).

Demasiado ruido en mi mente. Necesito un largo ayuno intelectual: estoy empachado. Es la hora de escuchar las vibraciones más sutiles que me rodean por todas partes, que me constituyen. Es el momento de dejar que mi pensamiento se exprese hasta que no tenga ya nada más que decir y, entonces, sentarme pacientemente a escuchar la armonía de las esferas.

Tengo un intenso anhelo de estar en silencio. Mi fantasía más querida es la de retirarme a un bosque y permanecer en una pequeña cabaña a la orilla de un lago durante muchos meses, solo, sin ordenador ni teléfono, sin libros, a solas con la naturaleza. Envidio la experiencia que Thoreau contó en su libro Walden. Estoy seguro de que comenzaría a oír esa voz que a veces me habla desde lo más profundo de mi interior y, si insistiera, acabaría escuchando voces aún más sutiles y profundas que se expresan en un lenguaje inimaginable para nuestra inteligencia humana.

Una única consciencia

Me queda un vago recuerdo de hace muchísimos años en que conecté con otra manera de pensar radicalmente diferente a la manera en la que antes de ese momento y después pensaba y sigo pensando. Una manera imposible de traducir al pensamiento normal. Lo que recuerdo es que me quedé maravillado porque comprendía los grandes misterios de la realidad sin esfuerzo, aunque por desgracia, no retuve nada de esa visión cuando mi pensamiento volvió a coger las riendas de mi mente. Sólo me queda una reminiscencia de utilizar volúmenes y colores como las piezas con la que esa forma de pensar operaba. Sé que fue una experiencia de haber conectado con una especie de corriente subterránea de mi mente, algo que fluye sin duda constantemente, algo que no soy yo y, mucho menos, me pertenece; algo extremadamente lúcido e inteligente. Tal vez en ese momento la pequeña burbuja a la que llamo «Yo» se disolvió en el océano infinito de la conciencia.

Estoy convencido de que nuestra capacidad para ser conscientes es una manifestación de una sola conciencia que todo lo abarca. Internet es una materialización rudimentaria de esa única conciencia. Estamos conectados, cada uno con su terminal, y leemos o vemos o escuchamos lo que otros aportan a la Red y podemos participar con nuestras aportaciones. Somos una parte de Internet. Sería increíble poder captar todo lo que se mueve en la Red simultáneamente, sería una visión infinitamente más completa que la que tenemos cada uno de nosotros desde nuestro terminal.

Los sueños

Aún me parece mejor metáfora que la de Internet la de los sueños. Al paralelismo entre el mundo de los sueños y el de la vigilia vuelvo repetidamente para orientarme cuando me pierdo en el bosque en el que entro al preguntarme qué es la realidad.

Cuando estoy soñando tengo un Yo que parece tan real como el que tengo ahora mientras escribo. También, dentro del sueño, es real todo lo que capto con los sentidos: me duele si me golpean, siento el viento rozándome la cara, noto cansancio, me excito sexualmente. Las emociones son reales: miedo si me persiguen, nostalgia, tristeza. Las montañas son reales, el océano, las estrella. Pero, al despertar, me doy cuenta de que todo eso que parecía tan real no es más que el producto de mi imaginación. El Yo del sueño y las montañas y el que me persigue y el miedo que siento y el universo entero están formados por la misma sustancia: mi mente. El perseguidor y el perseguido son la misma sustancia. Todo es una película que el soñador crea cada noche. ¿Y no será otro sueño lo que llamamos vigilia? Y si es así ¿quién es el soñador? ¿Y no estará constituido el universo por una misma sustancia? Eso creo, como lo creyó Spinoza.

Interconexión

Si todo el universo está constituido por una sola sustancia eso significa que todo está conectado, que realmente lo que llamamos entidades independientes son sólo un producto de nuestra mente que recorta de la realidad siluetas, como lo hace un niño en una revista con unas tijeras.

Esa única sustancia adopta formas muy diferentes: desde una roca a un sentimiento delicado de ternura. Formas que cambian sin cesar; que se alzan y se derrumban para volver a alzarse. En nuestra propia mente es fácil observar ese continuo cambio. Todo conectado como en un inmenso organismo, como en un inimaginable cerebro que no deja de crecer: las galaxias como neuronas.

 Platón decía en Filebo y Timeo: “Este mundo es de hecho un ser vivo dotado de alma e inteligencia, una única entidad viviente visible que contiene a todas las demás entidades vivientes, que por su naturaleza están todas relacionadas.”

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