1
La luz
arrastrada por una ruidosa barquichuela
se derrama sobre un mar dormido.
La luz
ante el último reducto de la noche
titubea:
son las ausencias de las rocas.
La luz
con delicadeza de mujer encinta
posa su azulada mano sobre los charcos
que lloran agradecidos.
La luz…
2
Lo primero fue un pensamiento
ascendiendo como una burbuja
en un océano de miel.
¿Un escalofrío en la nada?
¿Un grifo que gotea?
(Se encogen colosales hombros)
El pensamiento giró y giró
hasta romperse en mil palabras
que como cautivos tiburones
giraron y giraron.
Así como una cuerda se forma
con hilos endebles que se entrelazan
así surgió el cuerpo
del trenzado incansable de aquellos peces.
Con los ojos llegaron las nubes
y bandadas infinitas de temblores
que se posan relucientes sobre el mar.
Con los oídos los pájaros cantaron
y el cristal se rompió con un grito
y las puertas se asustaron al cerrarse.
Y las voces se reunieron por las tardes
en los cafés antes silenciosos
y una de ellas preguntó frunciendo el ceño:
“¿Cómo el mundo pudo surgir
de la nada?”.
3
La tímida luz del amanecer
se demora a los pies de mi cama.
Espera
a que el canto redondo del mirlo,
desde el limonero encerrado entre muros,
me consuele.
Regreso, desconcertado,
del silencio.
Inmóvil
con el aliento hecho un hilo
dejo que el canto
reconstruya mi sangre.
4
Escupe el mar espuma
como un caballo extenuado.
Olas desmelenadas
se abalanzan contra las rocas.
Ya llega retumbando
la marea. Tiemblan los charcos.
Por la senda incendiada
que el sol goteante abre en el mar
cruza un muchacho oscuro
encaramado a la más encrespada
y veloz cordillera.
¡Aún hay esperanza.
Todavía no estamos todos ciegos!
Tienden hilos de lluvia
deslumbrantes arañas
que aparean nubes y tabaibas.
Es amor lo de estos muchachos
por las olas.
La larga espera es amor
sobre el austero y frío lecho
es amor que sueña que ella
por fin nace.
Entonces se alzan altivos
por amor y entregan sus cuerpos
al viento. En la costa esperan
por amor los negros cuchillos.
Es amor
y la muerte nueva y hermosa
desenrosca llena de amor
los caracoles del placer.
5
Se han encendido
las tabaibas. El cielo
ha descendido.
Gris azulado
en lo alto. Y verde
cubriendo el suelo.
6
Un gallo
arde
en la tierra y en el mar.
Y las estrellas desperdigadas
se transforman en escamas.
Y el mundo tiembla
con el pecho repleto de tambores.
7
Llueve sobre el mar.
Ni una gota para la tierra sedienta.
La lluvia
emborronando el cielo
se aleja indiferente.
8
El canto del mirlo,
cuando la luz titubea
y el mundo parece detener el aliento,
es la vida desnuda
fluyendo como un río por el aire.
Sólo el canto
deslizándose entre las altas hierbas
del silencio:
un tren cruzando la estepa
indiferente.
El mar sediento,
la estación anhelante,
la sangre del pájaro clamando
por veneno:
Eso es lo que somos:
El canto del mirlo.
9
Larga grieta en las nubes
abanico amarillo en el aire
un cuchillo tremante
donde se acaba el mar.
10
No tengo prisa.
Todo está en calma.
Abierto ante la ventana abierta
veo pasar veleidosas nubes
cambiando y cambiando.
Bebo a pequeños sorbos una taza de té
mientras llegan los emisarios de la tormenta:
Ráfagas de viento que tuercen el vuelo de las aves;
fugaces crestas inquietas en el mar pesado y gris;
y un muro opalino de agua que avanza sobre las aguas.
Cierro la ventana: llueve.
Minúsculas estrellas nacen en el cristal
como un escalofrío.
11
Soñé muchas veces, mientras viajaba
por la ciudad, que una mujer muy bella,
por casualidad sentada a mi lado,
con silencioso gesto me invitaba
a seguirla hasta su casa, y que allí
me abría su cama, y que ya nunca,
soñé que nunca me apartaba de ella.
Soñé, mientras viajaba por los túneles
de la tierra, con una mujer de piel
anaranjada, desnuda en la cama
con los brazos abiertos y los negros
ojos entrecerrados, con sus bosques
susurrando mi nombre y sus labios…
(era muy doloroso no besarlos)
y sus labios… (todo a su lado era
reseco) latiendo como una gozosa
herida. Soñé que esa mujer
era incienso, azahar, menta, lluvia.
Soñé que podía encarnar mis sueños
y soñé, entonces, con una ciudad
llamada Lisboa, y que cruzaba
la noche con una mujer muy bella
viajando a mi lado, una mujer
que separaba las oscuras aguas
para que yo llegara hasta ella.
Soñé que abrazada a mi espalda rota
su cuerpo me regalaba el sosiego
de la brisa pasando entre las hojas
rojas y amarillas. Soñé que cerca
del mar, el amor nunca nos dejaba.
12
El mar quiso hablarme de amor
pero yo no estaba.
Los gorriones me esperaron en vano
porque yo no estaba.
Ante mi puerta cerrada los niños
dejaron sus voces delgadas.
13
Hoy el mar no sabe
con qué color quedarse.
Hace viento.
14
La playa se muestra desnuda
sin velos de espuma
ni ajorcas de algas.
Le brillan los ojos azules
surcados por peces
y por nubes blancas.
El hombre que está solo, oye
la voz susurrante
que nace del aire:
“Te espero en la cueva
tendida entre sombras
temblando de amor.
El mar se impacienta
si deja de verme
¡Acude veloz!”
Al hombre que está solo, llegan
bandadas de pájaros
que huelen a ella.
Camina embriagado y los bígaros
gimen y se inflaman
los montes de sangre.
La playa se entrega y el mar
embiste y el hombre
se esfuma en la arena.
15
Brilla la arena mojada
como un cuchillo cortando el aire.
Se arrastran las nubes por el suelo
y las paredes rojizas del acantilado
se arrodillan
como camellos enfermos.
Un aliento de espuma y agua,
un lento parpadeo,
empaña el espejo.
Sobre la arena mojada
un plumón blanco
dejó un surco, un rastro.
¿Quién quiso escribir?
¿el mar o el viento?
Sobre la arena mojada
el hombre solitario
deja con cuidado sus huellas
como quien besa
a un niño que duerme.
Un paño de agua y olvido,
un profundo suspiro,
limpia el espejo.
16
El sembrador tiembla de emoción
con las semillas en la mano.
¿Quién permanece indiferente
ante el surco abierto?
17
Tambaleante y desconcertado
un hombre viejo sale del mar.
Espera en la orilla
a merced del viento
a que el sol lo seque.
Parece a punto
de echarse a llorar.
Aleteando sobre una ola
sale del mar una mariposa
y vuelta a empezar.
Tambaleante y desconcertado
un hombre viejo sale del mar.
Espera en la orilla
a merced del viento
a que el sol lo seque.
Parece a punto
de echarse a llorar.
Aleteando sobre una ola
sale del mar una mariposa
y punto final.
18
La cantinela constante del mar,
el lento avance de las olas, allí abajo,
el calor que asedia como un perro joven:
todo invita a cerrar los ojos
y sumergirse en la calma de ese otro mar.
Un barco sube y baja
como un pecho dormido.
18b
Levantas un poco de espuma
mientras te ahogas.
Cortas el aire con las manos:
aleteos de luz, gorriones
entre las ramas de un arbusto.
Remas por el deslumbramiento
escuchando los ladridos del mar.
Caes por el embudo que el espacio
excavó a tu alrededor.
Y no es que haya llegado tu hora.
No. Es que estás en el lugar
inadecuado.
19
La sombra se retira del acantilado
y tierra adentro se pierde en silencio.
El mar ahora es verde
con manchones azules, casi negros.
Las olas se persiguen y alborotan
y cuando llegan a la playa
se yerguen amarillas.
Atrás quedó la noche inmóvil;
quedó la exhausta hembra
que vio morir a sus cachorros.
Se apagan ya sus gritos.
20
El barco velero
va cortando el cielo
con su cuchillo blanco.
El barco velero
va dejando un rastro
de esperma y llanto.
21
Se espesa el aire
La paloma ya casi
no puede batir las alas.
Me estoy quedando dormido
El mar se aleja.
La palmera dice adiós
como una actinia soñolienta.
El cielo blanco…
La brisa fresca que se adapta
al contorno de las manos…
¡Qué lento camina aquel hombre
al que sigue un perro negro!
La paloma se posa
sobre una antena.
El charco transparente
que el mar llena cada día…
22
Crecen los muros imparables
y agonizan las lagartijas rotas
y yo ¿qué puedo hacer?
Las olas luchan contra el viento
y extenuadas llegan a la costa
y yo ¿qué puedo hacer?
23
El manojo desfallecido de pulpos
que cuelgan de la mano del pescador
es la larga y húmeda cabellera
de una mujer ahogada.
Las medusas semiocultas en la arena
son los ojos abiertos e inmóviles
de una mujer ahogada.
En la madura luz de la tarde
esta mujer ahogada es un trozo de amanecer perdido
una solitaria nube de tormenta
una quemadura
un grito.
En el pecho de esta mujer varada
vocifera el océano creyendo que es el viento
y se encrespan las olas azules del frío
y desfallecen los volcanes.
Sobre los labios de esta mujer rendida
ha nevado ceniza y cicatrices viejas.
Ya no nacerán más besos de su boca.
Ni susurros, ni palabras tiernas.
¡Dejad de llamarla!
Esta mujer se quedó en el mar.
¡Dejad de extender las manos hacia la noche!
¡Escuchad!
Ya se están secando los charcos
y la altísima chimenea se pierde entre las nubes sucias.
¡Escuchad, simplemente!
24
Sin el tenaz bombeo del corazón
el sol se apagaría con la dulzura
con la que el árbol se desprende del fruto.
Se confundirían el cielo y el mar
en el reflejo de un espejo empañado
por el último y enrojecido aliento.
Sin el latido de la imaginación
no crepitaría ningún eucalipto
avivado por el compasivo viento.
25
Las tenaces sirenas
me llaman desde las aguas muertas que retienen
mi rostro de hace años.
Si cedo a las súplicas de mis rendidos párpados
y permito que se besen convocando al sueño,
entonces, una de ellas me abrazará desnuda
susurrando envenenadas palabras de amor,
y me entregará su juventud resplandeciente
jamás tocada por la sucia mano del tiempo.
No debo cegarme.
Sólo son enloquecidos recuerdos girando
como patinadores que quisieran romper
el hielo para hundirse por fin en el marasmo.
No puedo distraerme.
Temo que mi esposa, sentada en el corazón
del silencio, se haya olvidado de mis abrazos.
Temo que cuando regrese de este largo viaje
ya no encuentre el espejo que me ayude a explorar
la maraña de arrugas que es ahora mi cara.
Nadie está conmigo en este barco que se agrieta
como una nuez chafada.
Todos mis compañeros me dijeron adiós
y se sumergieron abrazados a sus sueños
con los ojos rebosando esperanza y amor.
¡Ojalá que la mano compasiva del viento
me lleve hacia el lugar de donde nunca partí!
¡Ojalá sople el viento en el cielo de mi mente!
26
Hay días en que resulta un alivio
alejarse del mar.
El ruido de motor incansable
es una navaja afilada
ensañándose con los nervios.
27
Regresó el suave otoño,
regresó al muro blanco
con la sombra desvaída
del esbelto cactus glauco.
Los gorriones bullangueros,
pardo oscuro, gris ceniza,
han venido con las lluvias,
han seguido a las brisas.
Se despiertan las tabaibas,
verde musgo, verde oliva,
y las piedras ocres, sienas,
se oscurecen y se abisman.
Regresó el nuevo otoño,
regresó al muro alto
con la sombra que me avisa
que el invierno está llegando.
28
En la orilla de los ojos
deja el mar de la tristeza
un collar de basura y espanto.
Lo que tal vez fue un delfín
o un pequeño amor resplandeciente
yace ahora acartonado
sobre las piedras blanquecinas.
El resto…
recuerdos de plástico manchados de alquitrán,
desperdicios que ni sirven para encender una hoguera.
La memoria y la tristeza:
el mismo mar.
29
Hay días en que el mar
quisiera ser un río.
Días en que las barcas
se agolpan por las calles.
30
Sobre los surcos abandonados y grises
se han reunido las gaviotas de la tristeza.
Alguna, con indolencia, levanta el vuelo.
“Ya no llueve.
¿Para qué sembrar si no llueve?”
No hay tristeza en la voz de la anciana, ni queja.
Su mirada repleta de niños y lunas
vuelve al mar.
Cerca de esta mujer se derrama el silencio
y huele el aire a sábanas limpias, a sombras
entre parras.
“¡Ay, la tierra!
¡Cuánto tuve que trabajar!”
Las generosas higueras que son sus manos
se acurrucan como dos pájaros cansados
de volar.
Esta anciana, hija de volcanes y vientos,
es un temblor obstinado de fuego blanco,
de hojas secas.
“¿Para qué sembrar si no llueve?
¿Para qué?”
Del pálido cielo de sus ojos descienden
risas, lentejas, besos y cabras que trepan
por la fiebre alta, por las tercas ausencias.
31
Hoy me está saliendo mal el mundo
La tristeza turbia y amarilla
como unos dientes envejecidos
se me ha derramado por el aire.
Apenas he logrado algún vuelo de gaviota
y la sombra un tanto desvaída
de un alto cactus que avanza por un muro blanco.
¿El resto?: cuchillos y abandonos,
ojos ensangrentados y toses.
Hoy: aniversario de un desastre.
31b
Las pequeñas bombillas
azules del espliego;
mis amigos los muertos;
la familiar nostalgia:
siempre a mano.
32
Algunas gotas de lluvia sobre el cristal
contienen un cielo nublado unido al mar
y una casa blanca sobre una tierra oscura.
Algunas gotas de lluvia sobre el cristal
tiemblan como lagos batidos por el viento,
como amantes encadenados que se huelen.
Algunas gotas se funden en un abrazo
y caen recorriendo el amor velozmente
hacia la muerte que circunda los cristales.
33
Oculta tras el sol
la luna, a veces, cruza el cielo.
A veces el dolor
palpita oculto tras la carne.
34
El viento que precede a la noche
trae frescor
y bostezos.
35
Un coro de palmeras.
Sobre un colchón insomnio
de hojas secas.
Cabecean las barcas.
Por caminos furtivos
las gaviotas.
36
Entre las rocas de la noche
ondula el largo y blanco cuello
de un pájaro.
El largo cuello blanco de una ola.
En los charcos negros se mueve
como un pez el silencio por el agua
Entre las rocas negras de la noche
la serpiente blanca
rompe el espejo salado del cielo
y los peces vuelan.
37
Higuera solitaria
blanqueada por la luna.
Hoguera concentrada.
Desnuda cuna.
Higuera que en el cielo
despliega redes
y atrapa el vuelo
de nubes verdes.
Hoguera que en la tierra
levanta olores
e incita guerras
entre dulzores.
Higuera adolescente
de estrellas coronada.
Hoguera evanescente.
Amada nada.
38
Querido Vincent:
En estas horas lúgubres, cuando la soledad
chilla y corta la carne, oigo el furor del viento,
sufro los remolinos que recorren tu casa
vacía.
Querido Vincent:
En estas horas trágicas, mientras torvos vecinos
y obsesiones hostigan, y temes salir roto
a la calle, y temes quedarte solo, veo
la sangre seca
las sábanas
el vestido azul pálido de la joven caída
veo su temblorosa sonrisa mientras pido
disculpas.
Querido Vincent:
Los dientes despiadados de la culpa, el pecho
cuarteado, el llanto quieto, la prostituta enferma,
sus labios deformados, su carne que al tocarla
se deshace en la mano, y mi excitación gris
y mi deseo.
Querido Vincent:
¿Cuándo cesará el viento? ¿Cuándo regresaremos
a los vergeles?
Oigo el furor del viento arrancando lamentos
a la casa vacía. Querido Vincent, quiero
tenerte entre los brazos. Yo soy el remolino,
también soy el vacío. No sabes cuánta falta,
querido Vincent,
me haces.
39
El mar entra en la tierra
secretos túneles
también en sueños
la espuma.
El mar bajo las casas
bajo las camas
agua salada
los huesos.
El corazón bombea
lagos oscuros
dentro del pecho
mareas.
40
Un trozo de ola alzó el vuelo
y cruzó el cielo chillando
como un pájaro blanco.
41
El mar se ha calmado.
Se oyen los susurros del alma,
las tenues voces de las aves.
En silencio, las flores
se abren y la luz marfileña,
en silencio, atraviesa las nubes.
(El sueño está acechando
como un sol blanco entre la bruma.)
Sobre las piedras pardas
una barca blanca y azul.
¿Soñará con el mar?
(Desciende el horizonte
y en silencio del sol se aleja.)
Tres palomas torcaces
pasan, y tras ellas, el alma
gozosa, vuela sobre el mar.
42
Algunos pájaros
emprenden vuelo en desorden.
Tiemblan las hojas de un árbol.
Llueve.
Un cuchillo corta el mar.
Ha caído una piedra
sobre el ojo transparente.
Una contracción ciega.
Un puño que se cierra con dolor.
Las ondas se concentran
en el centro del estanque
y gritan: ¡Yo soy la soledad!
Corta la noche un cuchillo.
Un pájaro de acero
cae en picado, cae
sobre el oscuro mar.
Tiemblan las estrellas.
Hace frío.
Sólo es una palabra,
un dibujo en el aire,
una cárcel soñada
que retiene a un delirio.
Una simple palabra,
un río sin cauce
que ignora que es el mar.
43
¡Qué triste es ver cruzar el mar
que cabe en mi ventana a un barco
que la distancia hace lento!
Se parece un barco lejano
a una nube solitaria
que cruza el impoluto cielo.
Me parezco a esa nube
que simulando estar inmóvil
constantemente se transforma.
Se parece un barco lejano
a un violonchelo que canta
a un niño dormido o muerto.
Violonchelo surcando el mar;
amor que imperceptiblemente
se desmorona entre las aguas.
¡Qué triste es volver a mirar
y que del imponente barco
no quede nada en mi ventana!
44
Esa araña que teje un embudo
en la entrada de su madriguera…
Ese pertinaz reloj de arena
que amontona mórbidos recuerdos…
Esa vorágine deplorable…
Ese afán alrededor de nada…
Ese desagüe…
Esa tristeza…
Este yo.
45
Un escarabajo negro
camina por el azul del cielo
dejando a su paso el bajo
continuo de las tenaces olas,
la polifonía de las nubes,
el aria silenciosa que el sol
entona cada mañana.
Un escarabajo negro
camina dejando tras de sí
un rastro de luz dorada,
de musgos anaranjados,
ocres, glaucos y amarillos,
de cabelleras enardecidas
por la tarde enamorada.
En las tabaibas, las esmeraldas
se apagan. Queda en el aire
un regusto ambarino; queda
inmóvil en el cristal
la noche negra.
46
Eso no es cantar -le dice su esposa-.
¡Canta como lo hacías antes!¡Canta!
Sólo quedan palabras aturdidas
en la voz del anciano.
La música se fue de su garganta.
¡Qué mal! ¡Qué mal lo hace!
¡Con lo bien que cantaba!
Aún en su memoria
un torrente de voz conmueve el aire
y ríe satisfecho.
Aún alguna estrella parpadea
en su cielo velado;
cielo que se apaga sin un gemido.
El olor del mar llega a la ventana.
Una nube pequeña
en el azul inmenso.
La oscura tristeza frota las patas
en día que fue tan claro.
La espuma violácea de las olas.
Las conchas atrapadas en la arena,
la arena empedernida.
¡Con lo bien que cantaba!
Plata alzada en las olas.
Luna gibosa y turbia.
Tragadas por la noche
las rocas se disipan.
¡Eso no es cantar! ¡Canta
como lo hacías antes!
47
Estas palabras
son los fulgores
finales de la nieve
ya casi derretida,
de aquellas nubes,
de aquellas aguas.
48
Sumergido en el resplandor del agua
el pescador espera.
Algas ocres perfumarán el aire
cuando se aleje el mar.
¿Quién en su sano juicio
quiere colocar bridas a los cambios?
Se hacinan los reflejos
como nieve arrastrada por el viento;
copas de cristal rotas;
caballos que galopan por un charco.
¿Qué bondadosa brisa
arrastrará de una vez esta niebla?
49
Entierra las raíces en mi orilla,
deja caer tus frutos en mis aguas
y seamos veladamente jóvenes
mientras son arrasados nuestros cuerpos.
50
Sentada en las rocas, ella lo observa.
Él, en su chalana azul,
pesca cerca de la cortante orilla.
Rema unos metros y mira
bajo el destello del mar.
Ella camina por la lava inmóvil
bajo un sombrero de paja
y un cielo compasivamente limpio.
Él: la luz estremecida.
Ella: ardiente oscuridad.
51
Un espeso muro de sueño
entre esto y aquello.
Pensamientos que cruzan raudos
-gorriones impulsados por el viento-
Recuerdos que planean casi quietos.
Acurrucado en el nido del pecho
un enjambre de angustias
entre esto y aquello.
Las aguas arrastran como la muerte.
No hay árboles que protejan del viento.
Sin importar la dirección
siempre lejos
siempre el abismo entre esto y aquello.
52
Tendré que despedirme de este mar
que casi toco desde mi ventana.
Labios que no podré besar me esperan
heridas que no podré curar, cuestas
que no podré subir. Un callejón
sin salida me espera, y la vejez.
Tendré que decir adiós a la luz
que me recompone cada mañana.
52b
Los pájaros inquietos de la luz
revolotean sobre las aguas tranquilas.
Tiembla la sombra de un arbusto
en la carretera mojada.
Con dulce voz susurra el mar:
“Cuándo te vayas ¿quién te acunará?”
Se desperdigan las palomas
detrás de los cristales fríos
y hormigas que vienen de la nostalgia
recorren veloces mi piel.
“¿Quién te acunará cuando yo no esté?”
Retorna al silencio el sonido
y el recuerdo del sonido también se apaga.
52c
Los gorriones están inquietos.
Con un punzón agujerean la tierra
como la muerte.
La gaviota, en cambio, vuela lenta
como un sueño
como por un sueño.
Un soplo apenas perceptible de distancia.
Una pérdida ondeando al viento
que me roza la cara
que sacude el aire
con sus pesadas alas.
Yo soy otro
que se alimenta de mí.
Como el paisaje
yo también me estoy secando.
Los gorriones tendrán que marcharse.
53
Cuando se retire el mar
y a la vista quede el fondo
que nunca debió mostrarse…
Cuando sólo se oiga el canto
y el pájaro se haya ido…
Regresarédel silencio
en el vientre compasivo
de una ballena soñada.
Regresaré con el viento
a seducir con palabras
tu oído enamorado
y sediento de susurros.
Regresaré sigiloso
como la tímida aurora
para ti, niña asombrada.
54
Déjame decirte lo hermosa que eres
antes que la marea cubra las rocas.
Déjame que te acerque al niño que llora
antes que la flor incline la cabeza.
Déjame verte desnuda en la arena,
déjame agitar con la mano tus sombras,
déjame que te abrace a esa hora
en que la luz se despide de las olas.
Déjame decirte lo hermosa que eres
ahora que el amor quiere mover mis labios.
Déjame que te acerque al niño asustado
mientras tus ojos iluminan el cielo.
54b
Encorvada por el tiempo
avanza con pequeños pasos inseguros
la anciana vestida de blanco.
Avanza contra el viento
llevando en cada venosa mano
una bolsa de basura.
Cumplida la humilde tarea
regresa a la que no es su casa
a la que ya no es su vida.
Mar y soledad
tristeza y viento.
54c
Querido Vincent: hoy incineran a mi abuelo. Entre las ondas verdes, azules y malvas veo que se te llenan los ojos de lágrimas. El viento ha enloquecido esta noche y la lluvia lanzaba cuchillos contra mi ventana. Era mi tristeza al imaginar su cuerpo consumido en una sala fría. Él que fue el calor y la ternura. ¡Mejor las llamas!
Querido Vincent: veo que las manchas verdes están en tu rostro, en tu ropa y en el aire. También las suaves curvas que forman un remolino, un botón o una oreja. Como si estuvieses a punto de hundirte en las aguas de un río; como si cuerpo, aire, agua, tristeza y muerte; todo fuese lo mismo. Y que tú, mi abuelo y yo fuésemos como la lluvia cayendo en el mar.
Querido Vincent: a estas horas estarán encendiendo las llamas. Ahora estáis los dos muertos. Ahora yo soy mi abuelo. Os prometo que no habrá sido todo en vano.
54d
La muerte del mosquito,
el imprevisible vuelo del vencejo
y mi mirada.
El imprevisible vuelo de la muerte
que roza el mar
y deja tras de sí
altas nubes de contornos malvas.
La feraz muerte,
el silencioso mar
y el amor que nunca se seca.
Como una flor
se abrirá la muerte en mi pecho.
Las moscas ya no correrán
por el cristal
que ahora me separa
del cielo y del mar.
Las moscas ya no cagarán
en el cristal
que ahora me separa
del amor y del mar.
55
El mar
un mar oscuro, el mar.
El insondable,
el que no tiene costas,
el único mar
en el que se agitan las olas
sin paz
siempre las olas.
Mis queridas olas ciegas,
las que luchan por la luz
y no hay estrellas.
Sin costas y sin estrellas
y siempre el mar
el mismo mar
en el que no se navega
en el que sólo se bucea.
Tan solo en este mar tan negro,
tan solo en el único mar,
el que nos baña a todos
el que a todo lo baña.