Trauma y base segura

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Antes de nacer: un poema

Empezamos a relacionarnos con nuestra madre desde antes de nacer. Permíteme un fragmento de un poema que habla de ese momento:

“Dentro de ti oía tu corazón

como una campana tañendo en el fondo del mar.

Como un vendaval de fuego líquido.

 

Eran los pasos del sosiego.

Era un sol que cantaba.

Y las galerías palpitantes aún estaban lejanas.

 

Floté como un tronco en un lago de sangre.

Como un barco ajeno a las tormentas.

Era el único pez en el océano.

Era uno”.

Una madre sintonizada

Si la madre reacciona sensiblemente a las necesidades del recién nacido, si está sintonizada con él, le ayuda a construir poco a poco el edificio al que llamamos identidad.

Ese sentido de la propia identidad es al principio un sentido exclusivamente corporal que se adquiere a través de las sensaciones y de los movimientos del cuerpo.

Luego, con el paso del tiempo y la colaboración de otras personas significativas de su familia, el niño va formando una opinión sobre sí mismo y sobre el mundo.

Una base segura

Si esa relación temprana con la madre (o con la persona que haga la función de cuidador principal) es adecuada favorecerá la creación de una base segura afectiva.

A ese refugio regresará el niño una y otra vez para comprobar que todo está en orden  cuando ya es capaz de caminar y explorar con curiosidad el mundo, cuando se sienta desbordado por la vida

Una relación previsible con su madre convierte al niño en un experto en relacionarse con otras personas y eso le hace sentirse competente y seguro.

El niño sabe que,  cuando lo necesite, encontrará a un adulto que le sacará las castañas del fuego o que le ayudará a recuperar el equilibrio perdido.

Regular el sistema nervioso

Y es que no le resulta fácil al pequeño aprender a regular la activación de su sistema nervioso.

Si la estimulación que le llega desde el exterior del cuerpo es excesiva su sistema nervioso se convierte en un caballo desbocado. Cabalgar ese caballo puede resultar excitante durante un rato, pero se convierte en una experiencia desagradable con rapidez.

Pero para eso está la madre atenta: para calmar al pequeño meciéndole entre sus brazos, o acariciándole con su voz, o mirándole de una determinada manera.

En otras ocasiones,  lo que le pasa al sistema nervioso del niño es que está muy poco activado y el niño está aletargado, aburrido. Es el momento de hacerle cosquillas o moverle hasta que se espabile.

La madre sintoniza con su hijo detectando sus propias emociones y sensaciones corporales y así puede ayudarle a regresar a un estado óptimo de activación.

Un estilo para las relaciones

Esta manera temprana de relacionarse la madre y el niño crea paulatinamente un estilo que influirá sobre la manera que tendrá el pequeño de relacionarse con otras personas.

Ese estilo seguirá influyendo cuando se hace adulto.

Por supuesto, el niño puede aprender diferentes maneras de relacionarse al interactuar con otros cuidadores.

Es como si tuviésemos diferentes programas preparados en nuestra mente. Dependiendo de las circunstancias, del tipo de persona con la que interactuamos, se activará un programa u otro, aunque suele haber uno que es predominante.

El trauma

Vivir una experiencia traumática como puede ser el abuso sexual o los malos tratos provocada por uno de los cuidadores principales no sólo supone una amenaza para la integridad física y psicológica del niño sino que también destroza la base segura.

Para el niño queda dificultada o anulada la posibilidad de conectar adecuadamente con los adultos de confianza cuando tiene la necesidad de recuperarse y de reorganizar su mundo cuando este se ha visto trastocado.

Ya no puede contar con la conexión con los demás para recibir cuidados y protección.

Quien tendría que cuidarle y protegerle le está exponiendo a unas experiencias abrumadoras.

Esas experiencias suponen una activación desmesurada de su sistema nervioso, pero ahora ya no dispone de una base segura que le ayude a regular estados tan desagradables.

Ahora no hay quien le ayude a domar al caballo desbocado.

Como es de esperar, el niño sigue buscando la cercanía de su cuidador cuando se encuentra mal para que le ayude a calmarse. Se sigue activando la poderosa tendencia biológica de estar cerca de quien te asegura la protección.

Pero, simultáneamente, también se activa la no menos poderosa tendencia innata a huir de los peligros y de la activación excesiva.

Una paradoja paralizante: quiere acercarse y alejarse simultáneamente.

La desorganización de la mente

Cuando se rompe la conexión con los cuidadores se ve seriamente comprometida la sensación de unidad de la propia identidad.

El puzle que el niño va completando lentamente con la ayuda  de los adultos, su frágil identidad, recibe un manotazo que se traduce en inestabilidad emocional, dificultades para establecer o mantener relaciones cercanas, dificultad para manejar el estrés, en resumen, la desorganización general de la mente.

 

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Abuso sexual

 

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