Rigidez y adolescencia: una mala pareja

adolescencia

Viejas soluciones a nuevos problemas

En todas las familias se dan algunas repeticiones en la comunicación entre sus miembros (sobre todo entre generaciones diferentes, y aún más entre padres e hijos que están en la adolescencia), estableciéndose un toma y daca que parece no tener fin y que puede volverse muy rígido.

Por ejemplo, imaginemos a unos padres que se preocupan por la manera de actuar de su hijo ya que la consideran peligrosa e intentan que el joven cambie.

Al hijo le resultan insoportables estas injerencias en su vida y, dada la necesidad natural que tiene de ir ganando autonomía, reacciona rebelándose y rechazando las bienintencionadas indicaciones de los padres que, a su vez, ven confirmadas sus sospechas de que a su hijo le pasa algo y vuelven a la carga tratando de ayudarle  y, entonces, el hijo… etc.

Siempre se corre el riesgo de caer en la rigidez en las interacciones familiares si se aplican machaconamente viejas soluciones a nuevos problemas.

La pérdida de flexibilidad es generalmente dañina pero, sobre todo, resulta muy peligrosa cuando un hijo comienza la etapa de la adolescencia. Es esta una época en que los padres conviene que mantengan en forma su “cintura”.

Así se crean las relaciones rígidas en la etapa de la adolescencia

El primer ingrediente imprescindible es la DUDA. Nuestro hijo se comporta de tal manera (encerrarse en su cuarto, practicar el mutismo, fumar, etc.) que nos hace preocuparnos con respecto a su equilibrio psicológico.

O tememos que haya caído bajo la influencia de alguna ideología política o religiosa que pueda encerrar peligro o ser moralmente inadecuadas.

O que esté bajo la famosa influencia de las malas compañías.

Como es lógico, ya que somos padres responsables, COMENZAMOS A INVESTIGAR lo que consideramos un problema: interrogamos, damos consejos llenos de amor, incluso consultamos con un especialista, damos sermones, etc.

Todo encaminado a combatir las debilidades de nuestro hijo o a evitar que siga haciendo cosas inadecuadas.

Nuestro hijo se defiende con más silencio, huidas, broncas…

Como padres nos vemos obligados a INSISTIR, a pesar de la evidencia de lo poco eficaces que resultan nuestros métodos. Pero como funcionaron en otras épocas (cuando nuestros hijos eran unos niños) suponemos que es cuestión de insistir un poco más hasta que vuelvan a funcionar.

Nuestro hijo adolescente se mete en su caparazón, o busca alivio fuera de casa, o comienza a desarrollar algún tipo de patología.

En principio, la puesta en práctica de alguna de estas “soluciones” puede proporcionar algún tipo de alivio; pero a la larga esta “solución” acaba agravando el problema.

Y, a estas alturas, lo que comenzó siendo una simple dificultad hemos conseguido convertirla en un verdadero problema.

Los problemas se complican, las soluciones intentadas cada vez son más gravosas.

Se crea un automatismo de mensajes y respuestas a esos mensajes que crea un círculo vicioso que le da de comer al problema manteniéndolo perfectamente alimentado.

Es decir, se intentan, una y otra vez, SOLUCIONES QUE NO FUNCIONAN y esto es lo que acaba siendo un verdadero problema.

Eso sí, nosotros nos sentiremos buenos padres ya que estamos dispuestos a ayudar a nuestro hijo cuantas veces haga falta y a hacer por él cualquier tipo de sacrificio.

Y si nuestro hijo se deja “rescatar” por nosotros de los líos en los que se mete, se sentirá protegido, aunque con la “pequeña” pega de recibir el mensaje de que es alguien problemático, desequilibrado, débil, etc.

Es decir, alguien incapaz de afrontar su propia vida.

También puede que nuestro hijo opte por rebelarse y rechazar nuestras ayudas, incluso violentamente. En este caso, nosotros como padres, vemos confirmadas nuestras sospechas de que le pasa algo a nuestro hijo y REDOBLAMOS NUESTROS ESFUERZOS CORRECTIVOS, los cuales harán que nuestro hijo aún se ponga más borrico.

Probar a hacer algo diferente

Así que si “más de lo mismo” nos lleva a agravar el problema al que nos enfrentamos podemos probar a hacer algo diferente.

Aúnque sea algo casi imperceptible, pero que sea diferente.

(Si queréis profundizar en estos asuntos os recomiendo leer el libro “Modelos de familia: Conocer y resolver los problemas entre padres e hijos” de Giorgio Nardone. Yo he escrito este artículo después de leerlo.)

También podéis leer este otro artículo:

Cómo desgraciarle la vida a los hijos

 

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