Mi hermano y yo (4): psicología del desarrollo humano

psicología evolutiva

Esta es la cuarta parte de la historia que nos cuentan dos hermanos al alimón y que nos aportan su peculiar punto de vista sobre el desarrollo psicológico.

Uno de ellos comparte su experiencia desde los nueve años, momento en el que nace su hermano (que, a pesar de ser un recién nacido, no se queda corto a la hora de reflexionar sobre la vida y sus misterios).

Si quieres leer las primeras entregas de esta apasionante historia puedes hacerlo utilizando estos enlaces: “Mi hermano y yo (1): psicología del desarrollo humano” y “Mi hermano y yo (2): psicología del desarrollo humano” “Mi hermano y yo (3): psicología del desarrollo humano

6. Besar

A esa edad de mi hermano, cuando empezaba a levantar la cabezota como si fuese una culebrilla al dejarlo boca abajo, se me ocurrió utilizarlo para hacer prácticas de besos. Y es que estaba yo muy apurado por ese lado. Comenzaba a jugar con mis amigos y amigas a juegos que acababan en besos y yo, como es lógico, no tenía ninguna práctica en besar. Quiero decir, en besar en la boca. En los otros tipos de besos (los que se les da a los padres antes de irse a la cama, o a la típica pesada, familia de tu madre, que insiste para que te pringues los labios en su cara cubierta de maquillaje) sabía tanto como cualquiera. Pero no eran esos besos los que me interesaban.
Ahora que hablo de este asunto tan importante, me pregunto que por qué no impartirán en las escuelas una asignatura que consista en aprender a besar. Se podría llamar “Besología aplicada” o “Teoría y técnica del beso”. Podríamos estudiar cómo se besan en otras culturas, o cómo se besaban en otras épocas. Y por supuesto, muchas prácticas; con maniquíes, al principio y, luego, con las compañeras.

Así que se me ocurrió utilizar a mi hermano para hacer algunas prácticas. Elegí un momento en que estábamos los dos solos. Mi hermano estaba tumbado panza arriba sobre la cama de mis padres estudiando el vuelo de una mosca. Me acerqué a él y arrimé mis labios a los suyos. Pero como ya ha dicho mi hermano, él estaba en una edad en que el mundo entero era algo chupable, y yo no era una excepción. En cuanto notó el contacto de mis labios empezó a chupármelos con verdadera afición, con ansia, diría yo (puede que tuviera hambre). Y claro, así no había manera de practicar, porque ya sabía yo bien que ninguna niña a la que besara se iba a comportar de una manera tan asquerosa. Así que desistí de hacer prácticas con mi hermano, al menos hasta que no se le pasara la manía de chuparlo todo, y me dediqué a decirle tonterías para que sonriera. Aunque eso de las primeras sonrisas de mi hermano me estaba causando problemas. Hacía poco que había nacido y ya acaparaba casi todo el protagonismo de la casa. El caso es que tengo que reconocer que apetecía decirle tonterías: tenía una sonrisa encantadora, como la que tienen algunos actores de cine.

7. Sonrisas y destete

Al principio no sabía lo que provocaba la reacción de mis padres. El caso es que se ponían muy contentos con algo que yo hacía. Probé a mover una mano por ver si era eso, pero me equivoqué y moví un pie; probé a sacar la lengua, y nada, no era eso. Hasta que, por casualidad, sonreí y todos volvieron a meter mucho ruido. Y me dije: “Pues será la sonrisa lo que les hace decir y hacer tantas tonterías”. Así que, a partir de ese descubrimiento, sonreía siempre que los veía con ganas de que lo hiciera. Y es que yo era un bebé muy complaciente. Además me entretenía bastante ver las caras que ponían y las boberías que eran capaces de decir personas de lo más serias. Es una lástima que a esa edad no hubiera podido filmar una película para que quedara constancia de la cantidad de chorradas que tuve que contemplar y escuchar. Por si fuera poco, muchas de las visitas que se acercaban a mi cuna para conocerme se debían de pensar que era sordo, pues no me decían tonterías, más bien me las gritaban. También puede que pensaran que era extranjero, pues parece que un idioma que no se conoce muy bien entra mejor cuanto más fuerte se pronuncien las palabras, al menos eso es lo que hacen muchas personas cuando hablan con alguien que no conoce su idioma. A veces sonreía por compromiso, sin muchas ganas, porque no quería defraudar. Uno se crea una fama y luego hay que mantenerla. Aunque con mi hermano siempre sonreía con verdaderas ganas cuando me decía cualquier cosilla. Incluso las piernas se me empezaban a mover  por su propia cuenta, como si estuviese pedaleando en el aire. Llegué a pensar que era una señal de que de mayor sería ciclista profesional. Me cogía unas marchas increíbles cuando mi hermano jugaba conmigo. Y es que a mí me alucinaba ver hacer gestos, cuantos más, mejor; y para eso mi hermano era único. Cada gesto lo acompañaba de un ruido que hacía con la boca: era el niño orquesta, un campeón mundial de entretener a bebés.

Sigo pensando que mi hermano podía haber creado un circo especializado en números adecuados para los recién nacidos, al menos para los que ya son capaces de mantener la cabeza en alto durante un rato. En vez de bancos o sillas, el circo podría tener muchos postes clavados en el suelo alrededor de la pista. En cada poste se sujetaría una cesta con dos agujeros por donde se colarían las piernas del espectador y allí quedarían metidos los niños. Las cestas no serían tan profundas que impidiera que el bebé sacara la cabeza, y estarían colocadas a distintas alturas para que los espectadores, con sus enormes cabezotas, no se molestaran entre sí. Luego podría haber una orquesta que interpretara una selección de las mejores pedorretas, silbidos y otros ruidos como cataplán, cataplum, quiquiriquí, tururú, triquitraque, paf y otros más por el estilo. Y si no suena indecente, estaría bien que hubiera muchas mujeres mostrando las tetas, porque supongo que todo el mundo estará de acuerdo en que lo que más le gusta a un bebé en el mundo son unas buenas tetas repletas de leche. Y claro, algún número que consistiera en que les llegara a la cara chorros y más chorros de leche. Podrían ser vacas amaestradas, o cabras, o camellas, o ballenas.

Hablando de leche y de tetas, cuando me sentía satisfecho de mamar, cuando ya tenía la barriga bien repleta, me daba por jugar con el pezón de mi madre, incluso a veces, no sé por qué, me apetecía morderlo; y claro, a mi madre no le hacía ninguna gracia, se ve que le dolía; pero como yo iba a mi bola y no me enteraba de que los demás tenían sentimientos, incluso como pensaba que la teta era mía (oía una y otra vez decir a mi madre: “Le voy a dar la teta”), pues seguía pegándole unos tremendos mordiscos. Supongo que eso contribuyó a que mi madre decidiera dejar de darme el pecho. Yo mismo me busqué la ruina. Porque tengo que dejar constancia de que fue muy doloroso. ¡Qué terrible resultó darme cuenta de que la teta era de mi madre! ¿Y qué pasará conmigo si alguna vez mi madre desaparece? ¿Me quedaré sin teta? Hay que tener en cuenta que en mi atolondramiento no sólo llegué a creer que las tetas me pertenecían, sino que incluso creo que llegué a creer que todo yo era una teta. El caso es que cuando mi madre empezó a negarse a darme de mamar ya no tuve la más mínima duda de a quién pertenecían las tetas; me di cuenta de que iban allí a donde iba ella, que la obedecían a ella y no a mí. Por más que concentraba mi mente para conseguir que se materializaran al lado de mi boca, no ocurría nada. Ni aunque llorara un año seguido, método que hasta el momento nunca había fallado. Eso me dejó desconcertado, además de afónico, pues te puedo asegurar que, antes de desistir, lloré hasta hartarme. Pero lo más que conseguía era que me metieran un cacho de goma en la boca, es decir, un biberón, o un chupete. Pero yo no quería chupar esas cosas asquerosas, quería los pezones de mi madre. Y volvía a cabrearme como un mico.

He oído decir que en alguna tribu de la India las madres dan de mamar a sus hijos hasta los cinco o seis años; incluso, en algunos sitios, hasta que llegan a la pubertad. ¿Por qué a mí me destetaban antes de cumplir un año? ¿Sólo porque arreaba algún mordisco que otro? Me hubiera gustado nacer en esa tribu de la India, aunque no sé cómo resolverán allí  algunas dificultades. Imagínate que llegas del colegio hambriento. No hay problema: buscas a tu madre y te hartas de leche. Pero imagínate que llegas con dos amigos con los que luego vas a jugar, o con los que tienes que hacer los típicos trabajos chorras que suelen mandar en el colegio para hacer en equipo y que luego siempre hace el mismo pringado de turno. Llegas hambriento y con amigos. Lo educado es invitarlos a merendar, como te invitan a ti cuando vas a sus casas. ¿Qué haces? ¿Les ofreces las tetas de tu madre para que mamen ellos también? ¿Los dejas allí esperando mientras tú mamas? En ese caso, lo más probable es que al día siguiente en el colegio todo el mundo te llame mamón, cosa no deseable. Y lo de que las tetas de tu madre sean chupadas por tus compañeros de clase…El caso es que, volviendo a lo de dejar de mamar, no me hizo ninguna gracia cambiar a mi madre por un biberón y aún me hizo menos gracia cuando me empezaron a dar papillas y repelentes purés de verduras. Eso sí que no. Leche artificial, pase; pero puré de acelgas, ni muerto.

 

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